En líneas generales podríamos afirmar que la vida de los jóvenes están llenas de acontecimientos: familiares, amigos, estudios, fiestas… Queremos vivir al límite nuestra vida y dejamos de lado lo más importante: “Pararse a pensar”. Ni siquiera encontramos tiempo para detener nuestras frenéticas vidas, sentarnos tranquilos y comenzar a pensar, a reflexionar sobre nuestras propias vidas y las de nuestro alrededor. Deberíamos afrontar más los problemas que nosotros mismos aportamos porque nos supone esfuerzo pensar en ello. Creemos que dejando de lado un problema o una preocupación va a desaparecer, pero no es así. El problema persigue y simplemente nos convertimos en seres “ignorantes”.
La juventud es una fase en la que muchos consideran que lo importante es lo inmediato: “vivir el presente sin preocuparse por el futuro”. No se atreven a pensar en nada más, por miedo a decepcionarse luego. Muchas veces, ante un conflicto decidimos “pasar del tema y olvidarlo para no rayarnos”. Pero esto no debería ser así. Pararse a pensar supone esfuerzo por nuestra parte. Por ello, pensamos que la primera salida es evadirse del problema y “no darle más vueltas” al asunto. En realidad, lo que todos deberíamos hacer es detenerse ante el problema y pensar en ello. Buscar soluciones.
Jaime Nubiola afirma en su libro “Invitación a pensar”, que los jóvenes cometemos el error de “vivir de segunda mano”. Y no le falta verdad. Vivimos de la vida que nuestros padres han construido, y nos limitamos a vivir de esas vidas ya programadas. Lo que tenemos que hacer es configurar nuestra propia vida con nuestras experiencias, vivencias, triunfos y fracasos. Aprender de nuestra propia experiencia y convertirnos en los propios protagonistas de nuestra vida. Esto significa pararse a pensar para tener pensamientos propios y estrenar cada día nuestra vida. Como indica Jaime Nubiola: “Quienes se limitan a repetir lo pensado por otros renuncian a vivir de estreno su vida, se acomodan a vivir de segunda mano, esto es, se conforman con llevar una vida ya usada”.
La juventud actual destaca por su alto nivel de idiomas, una mayor soltura social, mayor dominio en el uso de la tecnología, etc. Sin embargo, es frecuente escuchar numerosas quejas sobre la juventud, tales como “son unos vagos”, “les falta responsabilidad”, “no tienen interés por nada”… Parece como si todo el mundo se hubiera puesto de acuerdo en echarle la culpa a los jóvenes. En mi opinión, no es la juventud actual sino la sociedad en conjunto la que está decayendo. El ser humano siempre se ve influenciado por la sociedad. Hacemos lo que los demás hacen. Por ejemplo: en la época de nuestros abuelos, padres…lo “normal” era casarse a una edad temprana. Con la expresión normal me refiero a lo que todo el mundo solía hacer. Hoy día, esto no es así. Simplemente son épocas, escenarios, culturas y formas de vida diferentes. Lo que quiero decir es que los años pasan y la sociedad cambia, ya sea a mejor o a peor, y no se trata de echarle la culpa a los jóvenes sobre su comportamiento, sino a la sociedad cambiante que todos vamos creando. Tanto ahora como antes las personas nos regimos por lo que la sociedad hace. Después, cada uno debería reservar su espacio personal para pensar y actuar según su pensamiento. Eso sí, dentro de una misma sociedad que todos compartimos.
Familia y escuela deben ser conscientes de que se están enfrentando a un reto complejo sobre el que se está jugando la educación de estas futuras generaciones. Por ello, tienen que colaborar juntos y presentarle al niño (desde pequeño) referencias morales que les hagan pensar, y puedan crear así su propio pensamiento.
Y para terminar, me gustaría dar mi opinión respecto a que resulta muy fácil generalizar en cuanto a que los jóvenes no tienen ningún interés en temas centrales, y tan sólo se dedican o se preocupan por divertirse. La sociedad en general tiene como objetivo entretenerse y disfrutar de lo que hacen, ya sea disfrutar en una discoteca o disfrutar leyendo un libro. Creo que hay tiempo para todo, y me refiero a que hay que saber gestionar el tiempo para hacer todo aquello que te gusta: estudiar, leer, salir con los amigos, hacer deporte, estar con la familia… En cuestión, hacer todo aquello que a uno le gusta para poder ser feliz. Eso sí, siempre pensando lo que uno hace y moldeando su propio estilo de vida.
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